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¿Puede llegar a Argentina la fiebre chikungunya?

La fiebre chikungunya se propaga por la picadura de los mismos mosquitos que propagan el dengue: Aedes aegypti y Aedes albopictus.

chikungunya

En la isla de Reunión, un paraíso tropical sobre las costas africanas del océano Índico, la fiebre chikungunya se precipitó como un rayo sobre una playa. Entre el 1 de marzo de 2005 y el 30 de abril de 2006, alrededor de un tercio de los 770.000 habitantes del departamento francés de ultramar cayeron en cama con fiebre y fuertes dolores articulares que, en algunos casos, persistieron un año o más tiempo. En una sola semana, entre el 29 de enero y el 4 de febrero de 2006, se reportaron 45.000 casos. Por esos días, un reconocido arqueólogo de la isla, Marc Kichenapanaïdou, escribió en un periódico local: “Nadie sabe cuándo va a parar la epidemia. En mi propia familia hay más de una docena de afectados. Todos tienen la impresión de que los medicamentos no hacen ningún efecto. La mayor parte de nosotros piensa en Dios y reza”. Para algunos, no fue suficiente. Una vez que la crisis terminó, los especialistas hicieron un balance inquietante: aunque la enorme mayoría de los pacientes se recuperó, el brote habría contribuido con al menos 200 muertes.

La fiebre chikungunya se propaga por la picadura de los mismos mosquitos que propagan el dengue: Aedes aegypti y Ae. albopictus. Aunque los médicos habían realizado su primera descripción detallada en un brote en Tanzania de 1952, hasta el episodio en la Reunión era una patología de perfil bajo, limitada geográficamente, que causaba ocasionales brotes menores en aldeas africanas o del Sudeste Asiático. Sin embargo, a partir de entonces inició un proceso de expansión sin precedentes. En 2006 hubo 1.500.000 aquejados en India. En 2007, hubo personas que se contagiaron en el nordeste de Italia. En 2010, en Francia. A fines de 2013, se detectaron en la isla de Saint-Martin los primeros casos autóctonos en la región de las Américas, y desde allí saltó al continente.

Hoy los expertos creen que la aparición de brotes en Argentina, más allá de los primeros casos aislados importados desde República Dominicana, es mera cuestión de tiempo. “Si hubiera que hacer un análisis de riesgo, están dadas todas las condiciones”, advierte Adrián Díaz, investigador del Instituto de Virología ‘Dr. José María Vanella’ de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). “Es difícil hacer predicciones –señala por su parte Juan Herrmann, director de Epidemiología del Ministerio de Salud de la Nación–. Pero existe la probabilidad de que llegue en el verano”.

La incipiente incorporación de la fiebre chikungunya al diccionario de fantasmas argentinos se enmarca en el crecimiento de enfermedades emergentes y reemergentes, esto es, aquellas que nunca habían afectado a una población o que regresan con una virulencia inusual. El nuevo brote de enfermedad por el virus del Ébola en África forma parte de la misma tendencia. En 2007, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que las enfermedades infecciosas estaban surgiendo a un ritmo como nunca antes se había visto.
Varios factores explican el fenómeno. Uno de ellos es el aumento en el número, velocidad y recorrido de los viajes, que permiten transportar un agente infeccioso entre puntos remotos del planeta en el curso de pocas horas o días. “Si uno mira un mapa global del tráfico aéreo, se observa que el mundo está en movimiento por múltiples causas: desde turismo y negocios hasta migraciones o desplazamientos forzados”, destaca Susana Lloveras, infectóloga del Hospital de Infecciosas ‘Dr. Francisco Javier Muñiz’ y presidente de la Sociedad Latinoamericana de Medicina del Viajero (SLAMVi).

En infecciones como la fiebre chikungunya, cuyo período de incubación es de dos a seis días, una persona que se movilizaba en barco podía enfermar y curarse (o morir) mientras estaba a bordo. En cambio, ahora, los pacientes pueden manifestar la enfermedad recién cuando llegan a destino, lo que dificulta su contención.

Un elemento adicional que aviva las nuevas epidemias, explica Díaz, es la invasión de nichos ecológicos, como cuando el hombre construye una represa en la selva, “rompe” una barrera y se pone en contacto con una fauna patógena que vivía aislada de los humanos. Por otra parte, el cambio climático ha favorecido la mayor distribución de ciertos vectores, como los mosquitos tropicales, hacia regiones templadas. Y en algunas patologías virales con transmisión persona a persona, como el virus del Ébola, la creciente urbanización también representa un problema. Los brotes antes quedaban acotados a aldeas, salvo que los afectados concurrieran a hospitales. En las ciudades, en cambio, los virus tienen más posibilidades de contagio y para los epidemiólogos resulta más difícil armar la cadena de contactos.

En el caso de la fiebre chikungunya, ocurrió una complicación extra: hasta el brote en la isla de Reunión, se asumía que sólo podía ser transmitido por Ae. aegypti. Pero en algún momento el virus mutó y adquirió la capacidad de infectar a otra especie de mosquito, Ae. albopictus, que posee hábitos parecidos a los del anterior pero un rango de acción más grande: nativo de Asia, en las últimas décadas se expandió a Europa, Estados Unidos y regiones de América del Sur, como Brasil, el norte de Argentina (Misiones) y Venezuela. Por desgracia, las distintas cepas del virus Chikungunya no discriminan y son capaces de transmitirse con la misma eficiencia por cualquiera de las dos especies de mosquitos que habitan en América. El alto riesgo de que el virus Chikungunya se establezca y disemine en regiones tropicales, subtropicales y hasta templadas de las Américas es más real que nunca. Los especialistas temen que se expanda como una mancha de aceite en todo el continente.

En Argentina, el principal vector de la enfermedad será Ae. aegypti, que se distribuye desde el norte hasta La Pampa, sobre todo durante los meses cálidos del año. Bastaría que un mosquito picase a un turista que regresara enfermo, por ejemplo, de sus vacaciones en el Caribe, para que la bomba de tiempo se pusiera a zumbar sobre otras personas (ninguna con defensas, porque jamás fue expuesta a ese patógeno). Una nueva picadura comenzaría a extender la epidemia en el país, esta vez con casos autóctonos. “No hace falta nada más –desliza Lloveras–. El riesgo está ahí”.

En Batavia (hoy Jakarta, capital de Indonesia), a las 17.00 horas del 25 de mayo de 1779, el médico holandés David Bylon estaba hablando con dos amigos cuando empezó a notar un dolor súbito en la mano derecha, que luego se extendió a la muñeca, el codo, el hombro y luego todas las articulaciones de sus miembros. “Para las 21:00 horas, ya estaba en cama con fiebre muy alta”, escribió en su bitácora de viaje. Aunque a los cinco días ya se sentía mejor, tres semanas después de la fase aguda Bylon todavía se quejaba de tener dolores, rigidez e inflamación en los pies y los tobillos, al punto que declaró que le costaba subir y bajar escaleras.

Durante siglos se pensó que ese era el primer caso histórico descrito de dengue. Pero los científicos hoy creen que, en realidad, Bylon padeció fiebre chikungunya, “que tiene síntomas muy parecidos a los del dengue”, destaca Lloveras. En 95% de los casos, la infección se manifiesta con fiebre alta, la que puede acompañarse de cansancio, náuseas, cefaleas y, fundamentalmente, dolores intensos en las articulaciones. El nombre de la enfermedad, de hecho, significa en lengua makonde “doblarse”, por el aspecto encorvado de los pacientes cuando lidian con la artritis, que a veces se prolonga durante meses o incluso años.

No tiene vacunas ni remedios específicos. Sin embargo, su letalidad es muy baja. “No te mata, pero puede inmovilizar a una ciudad”, advierte Díaz, quien dirige el Laboratorio de Arbovirus de la UNC. “La gente puede estar tirada en cama hasta 10 o 15 días”.

“Me duelen los pies, la cabeza, los ojos, la muñeca, los brazos, la cintura, no aguanto el dolor en la espalda, tengo una fiebre que no me deja, y no puedo ni tragar agua”, declaró días atrás a un diario dominicano Hipólito Reynoso, un hombre de 60 años que esperaba a ser atendido en un hospital de Santo Domingo con todos los síntomas de la fiebre chikungunya. Desde su debut, en marzo, en ese país se han reportado 370.000 casos sospechosos de la enfermedad, más de 70% del total notificado en casi treinta países e islas de las Américas, sobre todo en el Caribe. Las muertes han sido contadas, y podrían atribuirse a otras condiciones preexistentes.

¿Cuál puede ser la magnitud del brote en Argentina?

“Es muy difícil hacer un pronóstico sobre la tasa de infección”, enfatiza Lloveras. “Cuando hay una sincronización de factores y el proceso se gatilla, es difícil frenarlo –alerta Díaz–. Sin embargo, son brotes que se autolimitan cuando, con el correr del tiempo, los expuestos desarrollan defensas y quedan protegidos”.

En la opinión de Herrmann, del Ministerio de Salud, la experiencia con el dengue permite inferir que el “control está dentro de lo posible”. Agrega que su cartera está trabajando en campañas para eliminar los criaderos del mosquito, realizando además relevamientos periódicos y sistemáticos sobre la circulación del vector. También se está capacitando a los efectores para favorecer el diagnóstico de la enfermedad y la respuesta terapéutica. “Es muy importante saber, por ejemplo, si se trata de fiebre chikungunya o dengue”, dice. Y ya hay un instituto de virología en Pergamino con capacidad técnica para confirmar la presencia del virus, aunque en situación de brote no se mandan todas las muestras a analizar.

La amenaza de la fiebre chikungunya, por otra parte, trae implícito otro mensaje: aunque los científicos desarrollen una vacuna efectiva contra el dengue, no se va a poder bajar la guardia en el esfuerzo por controlar el vector. Hoy el mosquito puede “repartir” también el virus Chikungunya; mañana puede ser otro patógeno.

Y para los virólogos argentinos, el virus Chikungunya promete ser otra fuente de adrenalina y desvelos. Es tentador pensar que, para ellos, un brote exótico puede ser tan excitante como un extraño crimen para un forense. “Mientras un virus no llega a un país, por ley no podemos investigarlo”, explica Díaz, desde su laboratorio de arbovirus en Córdoba. Y agregó: “Bueno... me parece que vamos a tener otro virus para entretenernos”.

Fuente: Tiempo de San Juan (Argentina)

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